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El error del siglo que ha salvado millones de vidas

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Como muchos grandes inventos en la historia de la humanidad, la creación del marcapasos se debe completamente al azar.

Ese es el caso del ingeniero eléctrico Wilson Greatbatch (Búfalo, 1919 – 2011), actualmente reconocido como uno de los especialistas fuera de la medicina que más vidas ha salvado en el mundo. En 1956 comenzó a trabajar como profesor auxiliar de ingeniería en el Instituto de Investigación de Enfermedades Crónicas de la Universidad de Buffalo, en Nueva York, donde trataba de crear un oscilador que permitiera grabar los sonidos del corazón.

El ingeniero eléctrico Wilson Greatbatch murió en 2011 con más de 325 patentes a su nombre. Su positiva actitud ante los fracasos lo describe en la siguiente frase que se extrae de una entrevista que le realizó la agencia AP: “Nueve de cada diez cosas no funcionan. La décima pagará las otras nueve”.

Según ha contado, en su libro La construcción del marcapasos, mientras trataba de hacer funcionar esta nueva invención, usó una resistencia equivocada en su aún incompleto oscilador, el que, en vez de grabar, comenzó a generar un pulso repetitivo de 1,8 milisegundos, seguido por un intervalo de pausa de 1 segundo. Greatbatch, que siempre había estado interesado en la medicina del corazón, relacionó rápidamente esta emisión rítmica al corazón humano, recordando que este órgano no es más que un motor que funciona con electricidad, tal como cualquier otro. Pensó entonces en cómo utilizar esta equivocación para crear un instrumento que regulara un corazón enfermo: había nacido el marcapasos implantable, el que a través de impulsos eléctricos ayudaría a los músculos cardíacos a bombear y contraer sangre.

Sin embargo, como la ciencia se sostiene en los hombros de otros que anteceden, Greatbatch no partió de cero con su invento. Ya existía la estimulación eléctrica para tratar padecimientos al corazón, pero los marcapasos del momento pesaban unos siete kilos, estaban instalados fuera del cuerpo y la corriente eléctrica se proveía a través de sondas y cables conectados a la piel del paciente, que era víctima fácil de severas infecciones.

Antes de la invención del marcapasos implantable realizada por el científico Wilson Greatbatch, los dispositivos se instalaban fuera del cuerpo del paciente, lo que era riesgo de constantes infecciones. Esta fotografía muestra a Greatbatch sosteniendo una versión de su invento en 1980. 
Foto: NYTimes

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Un año antes de Greatbatch, el doctor sueco Ake Senning consiguió implantar con éxito un pequeño dispositivo bajo la piel, creado por el Dr. Rune Elmquist, pero que seguía dependiendo de una carga semanal fuera del cuerpo del enfermo. Por eso fue tan importante que, en 1962, el ingeniero patentara el primer marcapasos eléctrico, que sentó las bases para todas las mejoras que vinieron luego de eso. Después de dos años, y varias pruebas en animales, el nuevo dispositivo se probó exitosamente en 10 pacientes, incluyendo dos niños.

Años más tarde, en 1972, inventó la batería de litio anticorrosión de larga duración, que vino a solucionar el problema de la vida útil del dispositivo, evitando que sea necesario intervenir nuevamente al paciente para cambiar la fuente de alimentación del marcapasos.

Hoy se calcula que cada año se implantan más de un millón de marcapasos en todo el mundo, cifras que se siguen incrementando todos los años, y nuevos desarrollos se han realizado para mejorar su funcionamiento. No por nada, en 1985 la Sociedad Estadounidense de Ingenieros denominó a este invento una de las más importantes contribuciones del sector a la sociedad.

Greatbatch murió en 2011, con más de 325 patentes en su haber; una cifra que habla de una actitud positiva ante los fracasos y una perseverancia a toda prueba, cuya demostración es que en sus últimos años se dedicara a buscar alguna cura para el SIDA. En 1997 declaraba a la agencia Associated Press: “Nueve de cada diez cosas no funcionan. La décima pagará las otras nueve”.

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