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Tubos de ensayo

Fracasar para triunfar

Cuando se piensa en los grandes personajes de la historia de la ciencia, se les ubica en la categoría de genios. Tienen grandes ideas surgidas de forma espontánea en sus mentes brillantes. La realidad, sin embargo, es otra. Sus carreras están plagadas de desaciertos y frustraciones, los que son en realidad las impulsoras de tan importantes resultados.

Por MAEP

La imagen ya forma parte del imaginario colectivo. Newton yacía bajo un manzano, pensando sobre su trabajo, sobre la pandemia que asolaba Europa, o quien sabe qué, cuando una manzana – la que se convertiría en la más famosa de la humanidad – le da en la cabeza, plantando la semilla de lo que posteriormente se conocería como la ley de gravedad. Aún está en duda si el relato, que aparece por primera vez en un manuscrito de su amigo y biógrafo William Stukeley en 1752 y que está disponible desde 2010 en los archivos digitales de la Royal Society, es real o fue inventado por Newton para adornar lo que ya era uno de los aportes más relevantes en la historia de la ciencia, pero marcó para siempre la concepción acerca de cómo los grandes pensadores elaboran una idea. Un momento eureka que, sin embargo, esconde todo el proceso anterior al surgimiento de una teoría. 

Lo cierto, es que el saber funciona de una forma mucho más compleja. Años de trabajo duro, hipótesis fallidas y caminos sin salida son un reflejo más claro acerca de cómo se desarrolla el trabajo científico. Es el caso por ejemplo de la científica estadounidense Miriam Menkin, quien ostenta el logro de haber obtenido el primer óvulo fundado In Vitro en 1944. Según ella misma cuenta, luego de probar variadas estrategias por seis años, el experimento acertado se produjo por cansancio y frustración, cuando se quedó dormida en su laboratorio y en vez de exponer un óvulo al esperma durante 30 minutos, como solía hacerlo, el proceso duró una hora. Ese sobretiempo es lo que produjo que al fin las células se fusionaran y comenzaran a dividirse, dando el puntapié inicial a esta técnica, que hasta la fecha ha permitido el nacimiento de más de 8 millones de bebés en todo el mundo.

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Menkin señaló en una entrevista: "debo admitir que mi éxito se debió, no a un golpe de genialidad, ¡sino simplemente a dormir una siesta en el trabajo!". No obstante, se debió realmente a un incesante trabajo de reponerse ante la frustración y repetir el mismo experimento día tras día, año tras año hasta que diera resultado.

Louise Brown fue el primer bebé nacido por FIV en 1978. Noticia que fue portada en todo el mundo. Foto: BBC

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Si pensamos en todas las teorías de la educación y en cómo aprenden las personas, precisamente lo hacen cometiendo errores"

Lorena Valderrama, Dra. en Historia y Comunicación de la Ciencia UAH

Menkin señaló en una entrevista: "debo admitir que mi éxito se debió, no a un golpe de genialidad, ¡sino simplemente a dormir una siesta en el trabajo!". No obstante, se debió realmente a un incesante trabajo de reponerse ante la frustración y repetir el mismo experimento día tras día, año tras año hasta que diera resultado.

“La ciencia funciona modelando un problema, pero es central tanto si ese modelo funciona como si no lo hace. Si funciona, significa que tenemos que perfilarlo más, hasta que deje de funcionar y los límites de error estén bien establecidos. Y si no funciona, ya hemos aprendido algo. El horizonte continuo de la ciencia es encontrar los propios límites de la modelización de sistemas de todo tipo y no hay que tener miedo a la ignorancia porque de eso es justamente de lo que se trata”, explica Fernando Broncano, Dr. en Filosofía y catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). De hecho, el especialista considera que la ciencia es una “productora de ignorancia” en la medida en que el desarrollo de ésta sólo tiene sentido a través del fracaso, de vivir entendiendo qué es lo que no conocemos y perseverar en encontrarlo.

La dificultad, no obstante, es que estos traspiés son comúnmente invisibilizados, por lo que es difícil aprender de ellos. “A nivel de comunidades científicas hay algunas donde el fracaso es mejor valorado, pero en la mayoría es minimizado y no bien visto. Sin embargo, si pensamos en todas las teorías de la educación y en cómo aprenden las personas, precisamente lo hacen cometiendo errores”, comenta Lorena Valderrama, Dra. en Historia y Comunicación de la Ciencia e investigadora del Centro de Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad Alberto Hurtado de Chile.  

Según señala, sobre todo en la actualidad, la historia del trabajo de científicos y científicas se centra en los momentos de éxito, como si nacieran de la nada, y no en lo que aprendemos cuando fracasamos y lo que obtenemos de ello.

Ese fue el caso del químico Spencer Silver, ya que si nadie se hubiera fijado en su “error” hoy no tendríamos donde tomar notas, marcar páginas o dejar pequeños mensajes a nuestros compañeros en la oficina. Silver, que en 1969 trabajaba como Científico Ejecutivo en el Laboratorio de Investigación Corporativa en la compañía 3M, andaba en la búsqueda de un pegamento de alta capacidad para la construcción de aviones. Lo que encontró, en cambio, fue un adhesivo de calidad, pero cuya mayor capacidad era pegar dos hojas y evitar que se dañaran. ¿Un fracaso? Para nada. Cuando su colega Art Fry, conoció este supuesto fiasco, recordó que siempre perdía los separadores con los que marcaba los salmos que debía cantar en el coro de la iglesia. Comenzó entonces a trabajar con el pegamento de Spencer, creando un pedazo de papel con la capacidad de adherirse por mucho tiempo, permitiendo su reutilización sin perder efectividad. Había nacido el Post it y con él una industria millonaria.

¿Qué hubiera pasado si el supuesto fracaso de Spencer se hubiera botado a la basura? Según Valderrama, ese es precisamente el problema en la formación de los nuevos científicos, a los que se les enseña que los errores deben ser escondidos en pos de la competencia. “En la teoría se les educa para seguir el método científico, es decir, comenzar con una hipótesis que da curso a la investigación, pero en la práctica les enseñamos a escribir la hipótesis al final. En los procesos actuales, donde debe primar la eficiencia, no se puede tener a un alumno ´perdiendo el tiempo’ probando distintas maneras de lograr un resultado y es por eso que nos encontramos con tesis de pregrado dignas, incluso, de doctores del siglo XVII, donde casualmente todas las hipótesis se comprueban. Eso es simplemente porque la pregunta de investigación se escribe al final”, asegura.

Pero ¿siempre ha sido así?

Todas las ciencias son modernas

Para Lorena Valderrama, la invisibilización del fracaso tiene mucho que ver con cómo se fue conformando lo que se llamó ciencia moderna. “Cuando las disciplinas empiezan a constituirse como tales necesitan mostrar su utilidad. Todas se constituyen en distintos momentos de la historia, pero si uno busca hacia atrás en la bibliografía, hay un momento en que todos los libros se comienzan a llamar antropología moderna, física moderna, biología moderna, etc. Son momentos en los que la disciplina está en tensión y se utiliza el concepto moderno para separarse de lo anterior, mostrando su utilidad y tratando de consolidarse frente a otras comunidades disciplinares. Es decir, entregar resultados positivos y lo demás esconderlo”.

Marcelo Díaz, Dr. en filosofía y académico del Magíster en Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), está de acuerdo. “Hay un peso muy fuerte de las instituciones y es necesario validar el trabajo ante el grupo y la comunidad a la que se pertenece. No se trata sólo de comunicar los procesos científicos, sino sobre todo de saber cómo comunicarlos, poniéndose así mucho énfasis en los resultados”.

Broncano añade: “Para el filósofo Thomas Kuhn esto es una condición de la ciencia. Cuando se constituye una comunidad científica, lo que hace es borrar sus huellas, borrar sus fracasos para proponer problemas que se sabe que serán resueltos".

Estamos hablando del establecimiento de un paradigma.

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Spencer Silver (izquierda) buscaba un adhesivo de alta capacidad para construcción de aviones. Sólo logró uno que pegaba dos hojas sin dañarse. Art Fry (derecha) creó con él el Post-it

Popper v/s Kuhn y el rol de los fracasos

Fue en la década del 60 cuando se impusieron dos teorías respecto a cómo se hace ciencia y cómo las teorías científicas van reemplazándose unas a otras. En julio de 1965 Londres fue el escenario del simposio Criticism and the growth of knowledge (Crítica y el crecimiento del conocimiento) que ponía cara a cara a dos importantes figuras de la naciente disciplina que hoy conocemos como filosofía de la ciencia.

Por un lado, el filósofo austriaco Karl Popper afirmaba que la ciencia avanza a través de un proceso de “falsación” de teorías. Según explica Díaz, lo que propone Popper es que no es la verificación empírica lo que permite el progreso científico, como señalaban hasta entonces los expertos del Círculo de Viena, sino lo que él llamaba refutabilidad o falsabilidad.

“Para Popper hay plena conciencia de que el fracaso puede hacerse presente en el proceso científico. Piensa que nunca se alcanza la verdad última, sino que más bien los investigadores logran un mayor o menor grado de verosimilitud, esto es, de acercamiento a la verdad”, asegura el filósofo de la USACH. Para ello, explica, se establece un esquema de desarrollo que comienza con un problema, seguido de una conjetura para tratar de solucionarlo. El proceso científico se constituye a través del intento de refutar o “falsar” las implicaciones de estas hipótesis y finalmente impera la teoría que mejor resiste a este proceso.

En la otra esquina, estaba el filósofo e historiador estadounidense Thomas Kuhn. Para este, la ciencia no avanza a través de un progreso continuo, es decir, el conocimiento científico no es una acumulación de saberes, sino cambios progresivos de lo que llamó “paradigmas”, consensos de una comunidad científica madura que marcan los límites de cuáles son los problemas para estudiar y las soluciones alrededor de ellos. Es lo que denominó “ciencia normal”. Sin embargo, cuando estos problemas y soluciones ya no permiten explicar ciertos fenómenos, el paradigma entra en crisis, se produce una revolución científica y finalmente las anomalías hacen que un paradigma deba ser reemplazado por otro. Entramos así nuevamente a las tranquilas aguas de la ciencia normal.

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El horizonte continuo de la ciencia es encontrar los propios límites de la modelización de sistemas de todo tipo y no hay que tener miedo a la ignorancia porque de eso es justamente de lo que se trata”

Fernando Broncano, Dr. en Filosofía y académico UC3M

¿Y por qué aún nos importa todo esto? Porque, además de todas las implicancias que tuvo este debate, también nos da ciertas luces sobre cómo está valorado el fracaso en el mundo científico a través del pensamiento de dos grandes teóricos de sus alcances epistémicos.

“Popper concibe la ciencia con un cierto darwinismo. Tiene la idea de que intentar falsar las teorías es como un impulso moral, lo que me parece inconsistente y autosocavador. Nadie intenta fracasar, sino que lo que se hace es explorar los propios límites. Sin embargo, Popper tenía razón en que el gran motor del conocimiento son los problemas, que tienen como base la ignorancia. Nadie se pregunta lo que ya sabe. Plantear un problema científico es mostrar nuestra propia precariedad y de alguna forma eso ya es un índice de fracaso que debes exponer ante otros”, asegura el investigador de la UC3M. 

Por otro lado, para el filósofo de la USACH el concepto de paradigma es bastante decidor respecto a lo que se considera el éxito científico. Se presentaría en un periodo más conservador, donde todas las teorías fuera de lo aceptado por la comunidad serían dejadas afuera. ¿Sería esta la razón actual por la que algunos científicos y científicas fracasan en sus investigaciones? ¿Por presentar teorías demasiado innovadoras?

Lorena Valderrama no lo cree. “Kuhn presentó esto casi como una guerra entre paradigmas, pero estos cambios son muy graduales, tanto que la obsolescencia de algunas líneas de investigación a veces no es ni siquiera advertida en los distintos campos disciplinares. Hay espacio para nuevas ideas. La razón para esconder los traspiés tiene su origen en cambio en cómo funciona la ciencia actualmente y cómo se configura el sistema de publicación”.

Publica o muere: oda al paper científico

Para la experta, sumado al surgimiento de la ciencia moderna, se empezaron a configurar los actuales procesos de publicación y divulgación de los resultados científicos. Mientras en la era anterior, las ideas se discutían a través de intercambio epistolar, es decir, los investigadores se enviaban cartas donde contaban todo lo que estaban investigando, lo que había fallado y sus nuevas ideas, éstas luego se discutían en tertulias de la elite para posteriormente ser publicadas. Ello fue creando un público interesado, incluso no científico, que compraba las revistas de ciencia. Se empieza a dar forma a lo que en el siglo XX comenzamos a conocer como el paper científico.

“Es tal la cantidad de información que se empieza a compartir y la comunidad crece tan rápidamente, que se exigió que se comunicaran los resultados con un estándar único y de forma breve para permitir una lectura rápida. El error ya no sería verbalizado porque se necesita eficiencia. Al mismo tiempo, la industria editorial crece y comienza a ver lo lucrativo que es el negocio”, explica la historiadora de la ciencia. De hecho, en la actualidad el mercado de las revistas científicas académicas en el mundo produce ganancias de más de 19 billones de dólares.

Broncano añade: “es lo que actualmente se conoce como el sistema de ‘publica o muere’, que termina haciendo daño a la investigación más estratégica, que se basa en hipótesis audaces. Se difunde la ciencia como una leyenda épica, tanto personal como colectiva, que ilumina muchas cosas, pero oscurece muchas otras, y tiene también hartos puntos ciegos. Lleva a trivializar el método científico y las formas de trabajo, y sobre todo no enseña cómo aprender de los errores”.

Los actuales procesos de publicación han influido en la invisibilización del error para resaltar la eficiencia.

Actualmente el mercado de las revistas científicas académicas en el mundo produce ganancias de más de 19 millones de dólares. 

Hoy muchos conocen el sistema como "publica o muere"

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En 1983 Carl Sagan público su teoría de "invierno nuclear" en la revista Science. Siete años más tarde tuvo que rectificar reconociendo los fallos en sus cálculos.

El filósofo menciona por ejemplo al astrónomo Johannes Kepler y sus estudios acerca de cómo los planetas orbitan alrededor del Sol. Profundamente religioso, Kepler no concebía que Dios no hubiera descrito el movimiento de los planetas en figuras geométricas simples, por lo que pasó mucho tiempo tratando de confirmar que las órbitas debían ser redondas. Cuando se convenció de que no funcionaban, usó óvalos, pero tampoco funcionaban con sus cálculos. No le quedó otra que pensar en elipses, acierto que ahora se conoce como las Leyes de Kepler. Sin embargo, el astrónomo siempre lo sintió como un fracaso de su teoría de las formas más simples en un universo regido por Dios. “Probablemente hemos aprendido mucho más de cómo llegó Kepler a esta teoría, que en todos los textos donde se exponen sus éxitos”, dice Broncano.

Pero en la cultura científica actual ¿está todo perdido? El filósofo de la UC3M aboga por la necesidad de elaborar currículos de fracaso, donde se pueda contar todo lo que no resultó, lo que tendría tanto valor como lo que sí lo hizo. Así, la comunidad aprendería de ello. Incluso, cree, las revistas científicas deberían hacer el ejercicio de mostrar sus propios fallos, de cómo han publicado artículos errados o incluso, engañosos. “Eso, sin embargo, es predicar en el desierto, porque a quien se le ocurre pedir financiamiento o acreditación de su trabajo contando todas las cosas que no logró. Tendemos entonces a imaginarnos una coherencia en los grandes personajes de la historia que en realidad nadie tiene, porque en la propia trayectoria todos nos hemos equivocado”.

Ese es el caso de uno de los científicos contemporáneos más famosos, y supuestamente, más exitosos de la historia. Carl Sagan encarna muy bien esta supuesta coherencia (inexistente) de la que habla Broncano, científicos todopoderosos que nunca se equivocan. Pero incluso el gran Carl tuvo que arrepentirse de algunos de sus postulados. Es el caso del llamado “invierno nuclear”. En 1983 publicó, junto con otros autores, un artículo en la revista Science que proponía que una posible guerra nuclear elevaría una densa nube de polvo en la atmósfera, cubriendo toda la Tierra y bloqueando la luz del Sol. Ello, según pensaban, provocaría un cambio climático de tal magnitud, que sería similar al que causó la extinción de los dinosaurios. Sin embargo, climatólogos de todo el mundo criticaron la idea de Sagan y sus colegas, recalcando que pasaba por alto otros factores, como que el polvo debía alcanzar las capas más altas de la atmósfera para no ser diluido por las precipitaciones. En 1990, Sagan debió publicar una rectificación reconociendo los fallos en sus cálculos y demostrando que hasta los más grandes se equivocan.

Para Valderrama ese es el problema grave: la falta de referentes reales en la ciencia y la imposibilidad de que el error sea parte de los procesos de aprendizaje de los nuevos científicos. “La complicación es que los fallos se invisibilizan en los propios procesos lectivos, que es precisamente cuando cometer errores debería estar permitido para potenciar la enseñanza. Se genera una disonancia. No todos los investigadores son o serán líderes en sus campos de investigación, no todos lograrán dirigir proyectos y es necesario mostrar referentes más reales a las nuevas generaciones”.

Para qué decir cómo influye esto en el despertar de nuevas vocaciones científicas. Es relevante impulsar a niños, niñas y jóvenes a ser parte de una comunidad que está formada por personas comunes y corrientes, que se equivocan y aprenden de ello. No sólo son genios los que tienen una idea brillante gracias a un manzanazo en la cabeza, sino que a la mayoría les requiere mucho esfuerzo y trabajo duro. Fracasar las veces que sean necesarias para alcanzar el éxito. 

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Hay un peso muy fuerte de las instituciones y es necesario validar el trabajo ante el grupo y la comunidad a la que se pertenece”

Marcelo Díaz, Dr. en Filosofía y académico USACH

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