Cuarenta años de camino a la redención

Foto: UPenn
Hoy la llaman “la madre de la vacuna”, pero sólo hace un par de décadas no la estimaban ni como la vecina más cercana. La pandemia de la Covid-19, que asoló al mundo entero desde 2020, entregó su redención a la bioquímica Katalin Karikó (Szeged, 1955), tal como ella misma dijo sentirse después de las cientos de entrevistas que empezaron a solicitarle luego de que las vacunas desarrolladas por la farmacéutica Pfizer y su socia alemana BioNTech –y posteriormente la creada por Moderna- confirmaron tener más del 90% de efectividad contra el coronavirus. Ambos tratamientos están basados en una investigación que Karikó viene realizando desde hace más de 40 años, que postula que en vez de desarrollar vacunas con el propio patógeno desactivado de una enfermedad, o una proteína purificada del mismo, se utilice una estrategia basada en ARN mensajero (ARNm), que al inyectarse en nuestro cuerpo entrega información a nuestras células para que ellas mismas produzcan las proteínas del patógeno que enseñarán a nuestro sistema inmune a combatir la enfermedad.
Sin embargo, por muchos años, y aunque parezca increíble, esta bioquímica tuvo que pelear contra peores virus que el propio SARS: el sexismo, la xenofobia y la indiferencia del mundo académico, que no daba crédito a sus estudios.
Originaria de Hungría y teniendo como alma mater el Centro de Investigaciones Biológicas de la Universidad de Szeged en ese país, en 1985 se mudó a Filadelfia (EE.UU.), gracias a una invitación para ser investigadora postdoctoral en la Universidad de Temple. Luego se trasladó a la Universidad de Pennsylvania, donde ejerció como profesora. Sin embargo, su idea de que el ARNm podía utilizarse para combatir enfermedades se consideraba muy radical y nunca logró subvencionarla. Tras varios rechazos, incluso fue rebajada de su cargo de profesora a sólo investigadora. Sin ciudadanía, “inmigrante, mujer, madre, degradada y despedida del trabajo”, como señaló en una entrevista en el diario digital español El Independiente, no le quedó otra opción que seguir adelante a pesar de estos rechazos, sobre todo porque estaba convencida de que tenía entre manos una idea que salvaría la vida de muchas personas.
La bioquímica Katalin Karikó investiga hace más de 40 años la utilización de ARN mensajero para el tratamiento de enfermedades, pero por mucho tiempo le fue imposible subvencionar su investigación e incluso fue degradada de su posición de profesora en la Universidad de Pensilvania.
Una pandemia después, sabemos que tenía razón. En 1997 conoció al inmunólogo Drew Weissman, quien buscaba desarrollar una vacuna contra el VIH y consideró interesante la hipótesis de Karikó para realizarlo, acogiéndola en su laboratorio. Ese primer y aparentemente fútil encuentro, que se produjo en una fotocopiadora, se convirtió en una de las colaboraciones más destacadas de la ciencia en la actualidad. Karikó y Weissman comenzaron trabajando con ARNm para la producción de vacunas, pero como este producía una respuesta inflamatoria, introdujeron otra molécula, conocida como ARN de transferencia. Fue esa patente de 2005 la que luego comprarían las firmas Moderna y BioNtech y que hoy son la clave para tratar una enfermedad que, según la OMS, sólo en 2020 y 2021 ha matado (directa o indirectamente) a casi 15 millones de personas en todo el mundo.
Tal como el ARNm le enseña a nuestro cuerpo a defenderse de las enfermedades, Karikó nos entrega enseñanzas de resiliencia ante los obstáculos, pero sobre todo a no perder la confianza en una idea que se sabe cambiará el mundo. La redención tarda, pero llega.
